jueves, 10 de septiembre de 2009

UNA NUEVA EXPERIENCIA

COMO SALÍ DE LA NUBE DE HUMO


Nunca supuse como fumador empedernido, que existía una forma de escapar del infierno el tabaco. Yo era un adicto al tabaco, pues no podía elegir si fumaba o no. Era tan dependiente del tabaco que no estaba en mí prescindir de él.

Tampoco imaginaba en mi insensatez, que el día de rendir cuentas llegaría inexorablemente. Y me encontré de pronto con un dilema dramático. Debía dejar de fumar y no estaba en mis manos hacerlo. No creo en el “destino”,y en la”suerte”, en el “Hados”… Creo en la Divina Providencia y creo en el libre albedrío. Y comencé a vivir una experiencia invalorable.
odo comenzó con una invitación a una conferencia abierta de Alcohólicos Anónimos. Fui para complacer a otra persona, no por mí, pues nunca tuve problemas con el alcohol.
Pero a medida que fue transcurriendo la conferencia, escuchaba azorado, y en mi mente se fue asociando obsesivamente la idea: “si esto sirve para el alcohol, por qué no para el tabaco?”. Cuando comienzo a dudar de las casualidades, empiezo a pensar en la Providencia. Primer casualidad: Mi asistencia a la conferencia. Segunda casualidad: Reparten tarjetas para que hagamos preguntas. Tercera casualidad: Entre el centenar de tarjetas recibidas y que se repartieron entre tres conferenciantes, la mía fue a dar en manos de la “persona indicada”.

Además fue la primer tarjeta en ser leída. El conferenciante que las lee médico especialista en alcoholismo; en síntesis la pregunta versaba sobre la posibilidad de emplear para el tabaco el mismo sistema que para el alcohol, salvando las diferencias e un producto a otro.

La respuesta que me dio el médico fue la siguiente: “…tan en lo cierto está usted con lo que supone, que yo mismo era un fumador de 100 cigarrillos diarios y dejé de fumar en un grupo del que soy co-fundador, F.E.R., Fumadores en Recuperación, basado en la filosofía y las tradiciones de A.A.”

El lunes siguiente me hacía presente a mi primera reunión de F.E.R. que fue inolvidable. Salí confundido y casi con rabia. Pero a medida que me fui serenando, me di cuenta que la indignación era conmigo mismo. Porque a mí no me conocían y nadie me dirigió la palabra. Pero todo cuanto escuché, todo lo que allí se dijo, me concernía y tocaba mis sentimientos. Lo que pasó es que con sinceridad, comprensión y firmeza me habían puesto frente a frente con mi verdad como fumador.

No era ya el molesto consejo del que no entendía nada, del que jamás había fumado. Era el testimonio vivo, sincero, de corazón a corazón, de aquellos que entendían hasta la última pitada todo lo que me pasaba, porque todos eran fumadores como yo, que habían pasado por similares experiencias, compulsiones, ansiedades, placeres, y sufrimiento que el tabaco nos había deparado. Y de a poco fui entrando en la serenidad y en la aceptación de mi enfermedad tabáquica.

¿Quería dejar de fumar? Sí, lo anhelaba profundamente porque a más de sentirme mal físicamente, el cargo de conciencia pesaba más al saber la verdad. El suicidio a gotero no es lícito ni ante Dios ni frene a la naturaleza.

Todo lo que escuchaba en las sucesivas reuniones era nuevo, inédito. “No se sufre”, no se deja de fumar por fuerza de voluntad… es Dios que a través del grupo te sacará de esto. TE dará el valor para que puedas cambiar el fumar por la abstinencia.

Me impacientaba porque otros dejaban de fumar y yo todavía no. Y seguía fumando. Nadie me lo prohibía. Pero pasaba el tiempo y el mentado “clic” no me ocurría. Traté de hacer algunos esfuerzos. Cambiaba de marca, fumaba menos, pero todo era inútil y a los pocos días volvía a fumar compulsivamente. Sentía admiración, envidia y respeto hacia los veteranos que habían logrado dejar de fumar.

Empecé a tener vergüenza de asistir a las reuniones y seguir fumando. El orgullo me hacía sentir que era único, que los otros sí podían pero yo era un fumador muy especial, muy difícil. Hasta que un día dejé de asistir a las reuniones. Seguí eso sí, pidiendo a Dios que me ayude, usé la mediación de la Santísima Virgen María. Pasaron tres meses, me acordaba del grupo con un poco de tristeza. Una mañana me visitó una persona muy querida, que hacía tiempo que no veía. Y a la alegría de compartir con ella ese momento la adobé con todo el humo y todos los cigarrillos que pude atosigarme. Mate, cigarrillo y una compañía muy grata. Eso para mí era vivir. Qué lejos de saber que era mi despedida del cigarrillo hasta hoy!!!. La visita se fue y me puse a trabajar en una restauración que estaba haciendo. Hice un esfuerzo físico insignificante, me quedé sin aire, me descompuse, se me aflojaron las piernas.

Transpirando y tembloroso me tiré en la cama y comencé a sentir miedo pero con una sensación extraña.

Empecé a indignarme. Y pensaba: “de manera que si éste es mi final, resulta que yo soy el autor de mi propia destrucción en la forma más estúpida, absurda, sin sentido”.

Estaba tocando fondo. NECESITÉ TOCAR FONDO. Pero si toqué fondo fue porque hubo un fondo, si no, hubiera seguido de largo… Con cuanta fuerza, con que inusitada resolución tomé la decisión!!! SI HASTA AHORA YO ASUMÍ LA RESPONSABILIDAD DE FUMAR, A PARTIR DE ESTE INSTANTE TOMO LA FIRME RESOLUCIÓN DE NO FUMAR MÁS Y ASUMO LAS CONSECUENCIAS QUE DE ESTO SOBREVENGAN, CUALESQUIERA FUEREN Y PASE LO QUE PASE… Decidir significa “partir por el medio”, como bien dijo hoy un futuro recuperado, “ME VENCÍ A MI MISMO”.

Después de esto me tranquilicé. Aún no sabía que la decisión era verdadera y que había partido por el medio al hábito de fumar por lo menos hasta hoy. La descompostura se pasó y cual no sería mi asombro cuando comenzaron a pasar las horas, los días y yo seguí sin probar un cigarrillo. Mi principal aliado para fumar fue mi mejor arma para no fumar, el mate. Cuando el cigarrillo se me cruzaba, me preparaba unos mates. Cuando terminaba el rito de calentar el agua, preparar el mate, etc., el cigarrillo que se me había cruzado, ya no existía, y yo disfrutaba de unos sabrosos amargos sin tabaco.

Otro recurso valiosísimo en esos os o tres primero días, fue el compromiso con Nuestro Señor Jesucristo que había asumido. Me repetía con fuerza “Me comprometí con el Señor a hacer un pequeño esfuerzo”… Esto también bastaba para que el fugaz cruce del deseo se disipara. Y después otra vez el asombro. ¿Qué pasó con las ganas de fumar? ¿Dónde estaba esa necesidad imperiosa y tiránica, de hacer cualquier cosa por conseguir un cigarrillo? Dónde el deseo, la compulsión?. No lo sé ni me importa. Lo que ahora importa es éste nuevo gozo. Esta alegría inmensa. Este sentimiento de libertad, de plenitud, de satisfacción, que invade todo mi ser. Y comienza a aparecer un sentimiento de agradecimiento que me lleva a las lágrimas de alegría. Y empiezo a decir gracias Dios mío, gracias Mariche, gracias Susana, Luis, Fernando, Isabel, Linda, Erico, Beba, etc. … El poder de Dios, la generosidad del grupo más una pizca de buena voluntad de mi parte y la cosa se produjo.

Recién ahora empiezo a comprender. Es verdad que, con respecto al cigarrillo, ahora no sufro, no me cuesta, pero necesité salir de la nube de humo para sentirlo, para palparlo, para vivirlo. Otro gran asombro. La mentira enorme, la falsedad total, que fue el fumar. Todo teatro, todo circo, todo invento de mi imaginación. El cigarrillo no acompañaba, no protegía. La nube de humo era sólo eso, humo. Y yo pretendía esconder mi pequeñez detrás de ese escudo… Treinta años contándome el mismo cuentito.

Lo que no era mentira, lo que era una realidad hermosa era la alegría auténtica con que me recibieron los compañeros del grupo ni bien volví. ¿Y qué debo al grupo? Le debo la vida.

La dignidad recobrada frente al hábito del tabaco. Si ahora un fumador se acercara a mí y yo no lo entendiera, nadie me lo creería. No soy antitabáquico, porque aprendí a querer al fumador, y el tabaco o el cigarrillo en sí no es más que un cucurucho de papel lleno de yerba, de pasto.

Tuve cambios físicos. Pero lo que más me importa es que mejora mi ansiedad, mi tensión nerviosa. Otro cuento, el cigarrillo no calma los nervios, los destruye.

Para concluir diré que como fumador sé que siempre está el peligro de la recaída. Y alejarme de ese peligro depende en parte de mí. Pero también depende de ustedes. Porque este sí que es un trabajo que lo hacemos entre todos o no se hace.


ANÓNIMO